A decir verdad, añoraba este sentimiento, el de verdad, el puro.
¿Quién sabe? Tal vez hasta ahora tan sólo ha sido añoro lo que he sentido.
Deseaba volver a sentir todo esto, que los viejos tiempos se transformasen en actualidad de una vez por todas.
Deseaba abrir mis párpados cada mañana y, automáticamente, esbozar una sonrisa, una de esas sonrisas que sólo se dibujan en mi rostro al sentir auténtica felicidad por el simple hecho de apreciar tu curva labial alzada, con las comisuras de tus fauces apuntando al cielo.
Ayer fue un día duro. Un día en que sólamente se iluminaban mis ojos, y no de felicidad precisamente.
Anoche pude sentir cómo lágrimas de puro dolor se deslizaban con violencia por mis mejillas y, realmente, aún no sé con exactitud por qué. Tal vez fuese por ver un gesto triste que, por más que intenté que se alegrase, no había manera de que volviese a ser el que me gusta.
Hoy es un día diferente. Un día en el que mi blanquecina dentadura resalta en mi rostro.
Las palabras se las lleva el viento, pero puede que frecuentemente sea la única manera de expresar sentimientos, por lo que en estos momentos, sólo puedo hacer promesas. Promesas que, ante todo, no se pueden romper.
Prometo regalarte el Sol cada vez que sientas que una luz se ha apagado.
Prometo ser tu manta cada gélido día de invierno.
Prometo bajar del cielo una estrella y entregártela cada vez que digas que algo es imposible.
Prometo sajar mi pecho y mostrarte mi corazón cada vez que dudes de mi amor.
Prometo tratar de darte cada cosa que merezcas.
Podría hacer mil promesas más si es a ti a quien tengo que hacérselas, pero seguiré colocando una de ellas como principal.
Prometo abstenerme de volver a dañarte y, en caso de que prevea que el dolor se acerca, ten por claro que acabaré conmigo, me destruiré lentamente, utilizando la peor de las torturas que pueda existir en este mundo.
Prometo hacer realidad nuestra promesa de eternidad.
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